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Venezuela: poder, petróleo y pobreza en el corazón del Caribe
La llegada del portaaviones USS Gerald R. Ford al Caribe ha reconfigurado el tablero geopolítico en torno a Venezuela. En este ensayo analizamos el despliegue militar estadounidense, las acusaciones de narcoterrorismo que pesan sobre el gobierno de Maduro y el deterioro económico y social que atraviesa el país. A través de gráficos, datos oficiales y contexto histórico, el texto examina el colapso productivo, la hiperinflación, la pobreza extrema y el impacto del éxodo masivo, así como las implicaciones regionales de un posible escenario de intervención. Un análisis completo para entender por qué Venezuela vuelve a situarse en el centro de la atención internacional.
ARTÍCULOECONOMÍAGEOPOLÍTICARECURSOS NATURALES
José Manuel Cueto González
11/21/202522 min read


La llegada del portaaviones USS Gerald R. Ford, el mayor buque de guerra de Estados Unidos y del mundo, junto a su grupo de combate al mar Caribe el 15 de noviembre ha elevado la tensión en la región. Su despliegue, destinado a reforzar las operaciones del Comando Sur ya presentes en la zona, ha reavivado las especulaciones sobre una posible intervención estadounidense en Venezuela. La Administración Trump sostiene que el objetivo es capturar a los líderes del llamado cártel de los Soles. Desde 2020, el Departamento de Justicia de EE. UU. acusa a Nicolás Maduro y a altos cargos de su gobierno de encabezar una estructura de narcotráfico y narcoterrorismo que operaría bajo esa denominación.
Venezuela es una nación de contrastes extremos. Posee la mayor reserva de petróleo del planeta, una posición estratégica en el Caribe y América del Sur, y una geografía exuberante y diversa que la convierte en un territorio privilegiado desde el punto de vista natural y energético. Sin embargo, esta abundancia de recursos convive con una de las crisis económicas, sociales y políticas más profundas del continente, reflejo de una paradoja que define su historia reciente: la de un país inmensamente rico, pero empobrecido por la corrupción, la dependencia del petróleo y el autoritarismo.
Durante gran parte del siglo XX, Venezuela fue símbolo de prosperidad en América Latina. Su petróleo alimentó el crecimiento económico, atrajo migración y dio lugar a una clase media que veía en el país un ejemplo de modernización. Pero con el paso del tiempo, el modelo económico y la concentración del poder político convirtieron esa riqueza en un arma de doble filo. Hoy, tras décadas de deterioro institucional, hiperinflación y éxodo masivo (9 millones de venezolanos abandonaron el país en los últimos años según NTN24), Venezuela se enfrenta a una realidad que contrasta brutalmente con su potencial: un territorio con recursos para convertirse en una potencia mundial, pero con una economía al borde del colapso.
Este ensayo analiza las causas y contradicciones de esa dualidad. Desde su geografía e historia hasta sus recursos naturales, economía y fuerzas armadas, el objetivo es comprender cómo un país dotado de ingentes recursos naturales (hidrocarburos, minerales, diamantes, agua...) para liderar la región ha terminado atrapado en un ciclo de corrupción y pobreza. Un recorrido necesario para entender que en Venezuela, el poder y el petróleo han sido tan determinantes como devastadores para su presente y su futuro.
Geografía


Mapa físico de Venezuela
Venezuela cuenta con una población estimada de 28,4 millones de habitantes (Banco Mundial), concentrada mayoritariamente en el norte y en el eje centro-norte-costero, donde se sitúan Caracas (la capital), Maracaibo, Valencia y Barquisimeto. Con una densidad poblacional media de unos 33 habitantes por km², el país presenta marcados contrastes entre regiones urbanas densamente pobladas y vastas áreas rurales prácticamente despobladas, como el Amazonas o los Llanos.
El Índice de Desarrollo Humano (IDH) se sitúa en torno a 0,709 (2023), considerado medio, aunque ha descendido en los últimos años debido a la crisis económica y a la emigración masiva que ha afectado a más de 9 millones de venezolanos desde 2013. La pirámide poblacional refleja un perfil joven, pero con tendencia al envejecimiento por la salida de población activa. Este fenómeno ha modificado la estructura social y económica, reduciendo la fuerza laboral y aumentando la dependencia de las remesas enviadas desde el exterior.
El territorio venezolano se extiende por 916.445 km², dividido administrativamente en 23 estados, un Distrito Capital (Caracas) y dependencias federales insulares. La geografía del país es sumamente diversa, con tres grandes unidades naturales: la cordillera de los Andes venezolanos, que atraviesa el occidente del país y alcanza su máxima altitud en el Pico Bolívar (4.978 m); la Depresión del Lago de Maracaibo, una cuenca sedimentaria rica en petróleo; y la vasta llanura de Los Llanos, que se extiende hacia el sur y el oriente.
Historia


Simón Bolivar. Batalla de Carabobo 1821
La historia de Venezuela es la historia de una nación forjada entre la riqueza natural y la convulsión política. Antes de la llegada de los españoles, su territorio estaba habitado por diversas comunidades indígenas que mantenían economías de subsistencia y una estrecha relación con el entorno natural. En 1498, durante su tercer viaje, Cristóbal Colón avistó por primera vez las costas orientales del país, marcando el inicio de la colonización española. Durante la época colonial, Venezuela formó parte del Virreinato de la Nueva Granada y se convirtió en un importante productor de cacao, café, tabaco, azúcar, añil y metales preciosos —oro y plata—, actividades económicas basadas en la mano de obra de los indígenas.
El proceso de independencia comenzó en 1810, impulsado por las ideas ilustradas y el contexto de crisis del imperio español. Bajo el liderazgo de Simón Bolívar, conocido como el Libertador, Venezuela protagonizó una gesta que no solo emancipó su territorio, sino que también inspiró la independencia de buena parte de América del Sur. La Batalla de Carabobo, librada el 24 de junio de 1821, fue decisiva para consolidar la victoria patriota y la independencia definitiva del país. Este acontecimiento (representado en el célebre lienzo que acompaña este texto) simboliza el nacimiento de la República y la voluntad de libertad de su pueblo.
Tras la independencia, Venezuela formó parte de la Gran Colombia junto a Colombia, Ecuador y Panamá, proyecto político que se disolvió en 1830 por conflictos internos y divergencias regionales. Desde entonces, la historia venezolana ha estado marcada por etapas de inestabilidad política, guerras civiles y el predominio de caudillos militares. En el siglo XX, la irrupción del petróleo transformó radicalmente la estructura económica y social del país, generando un auge sin precedentes, pero también una dependencia casi total de este recurso. El rentismo petrolero dio origen a ciclos de bonanza y crisis, a la vez que consolidó un modelo político centralizado y altamente vulnerable a los vaivenes del mercado de los hidrocarburos.
La llegada de Hugo Chávez al poder en 1999 marcó un punto de inflexión en la historia contemporánea. Su proyecto de «Revolución Bolivariana» buscó redefinir el papel del Estado y del petróleo como instrumentos de soberanía y justicia social, aunque con el tiempo derivó en un modelo autoritario, con graves consecuencias económicas y sociales. Tras su fallecimiento en 2013, Nicolás Maduro asumió el poder, profundizando el control político y económico del Estado, mientras el país entraba en una espiral de hiperinflación, colapso productivo y éxodo masivo de ciudadanos. Su gestión ha estado marcada por denuncias internacionales de violaciones de los derechos humanos, represión de la oposición y una creciente dependencia de aliados como Rusia, China e Irán. Hoy, Venezuela se enfrenta a una de las crisis más prolongadas de su historia republicana, atrapada entre la abundancia de sus recursos y la escasez que padece su población.
Recursos naturales


Mapa político de Venezuela
La Cordillera de la Costa, paralela al litoral caribeño, alberga importantes núcleos urbanos como Caracas o La Guaira, mientras que al sureste se eleva el Macizo Guayanés, una región antigua y geológicamente estable que contiene importantes yacimientos minerales. El río Orinoco, uno de los más caudalosos del planeta, estructura gran parte del territorio, dividiendo el país en dos mitades: la septentrional, más poblada y desarrollada, y la meridional, cubierta por la selva amazónica, donde predominan los paisajes de tepuyes y mesetas. Al este, la Guayana venezolana y la cuenca del Caroní representan el corazón hidroeléctrico y minero del país.
El clima de Venezuela está determinado por su ubicación intertropical y su variada topografía. Predominan los climas tropicales con temperaturas medias anuales de 25 °C, aunque las diferencias altitudinales generan una notable diversidad climática: tropical húmedo en la región amazónica y el sur del Orinoco; tropical seco en Los Llanos y zonas costeras; y templado de montaña en los Andes y la Cordillera de la Costa. En las cumbres más elevadas, como el Pico Bolívar, el clima es alpino y pueden presentarse nieves perpetuas. La alternancia entre las estaciones de lluvia (de mayo a noviembre) y de sequía (de diciembre a abril) marca el ritmo agrícola y ecológico del país.
Uno de los elementos más sensibles en la geografía política venezolana es la reclamación del territorio del Esequibo, una extensa región de 160.000 km² actualmente administrada por Guyana, pero reivindicada por Venezuela desde el siglo XIX. Este territorio, rico en recursos minerales, forestales e hídricos, constituye una de las mayores reservas potenciales de oro (mina Omai) y bauxita de Sudamérica, además de poseer gran valor estratégico por su acceso al Atlántico.
En los últimos años, el conflicto ha cobrado relevancia internacional por el descubrimiento de enormes yacimientos petrolíferos en el bloque Stabroek, situado frente a las costas guyanesas, donde operan grandes compañías como ExxonMobil. Parte de este bloque se encuentra en aguas que Venezuela considera bajo su jurisdicción marítima al considerarlo dentro de su plataforma continental, lo que ha intensificado las tensiones diplomáticas y geopolíticas en el Caribe. Para Caracas, la defensa del Esequibo representa no solo una cuestión territorial, sino también la protección de un recurso energético que podría alterar el equilibrio de poder económico en la región.


Mapa de los recursos minerales de Venezuela
La extraordinaria riqueza mineral y energética de Venezuela tiene su origen en una configuración geológica única en el continente sudamericano. El país descansa sobre tres grandes unidades estructurales: el Escudo Guayanés, la Cuenca de Maracaibo y la Faja Petrolífera del Orinoco, cada una con características geológicas específicas que explican la abundancia de hidrocarburos y minerales estratégicos. El Escudo Guayanés, una de las formaciones rocosas más antiguas del planeta, concentra depósitos metálicos de enorme valor, mientras que la Cuenca de Maracaibo, resultado de millones de años de subsidencia y acumulación de materia orgánica, dio lugar a uno de los sistemas petroleros más prolíficos del mundo. Por su parte, la Faja Petrolífera del Orinoco es una zona de arenas bituminosas formada por sedimentos ricos en compuestos orgánicos que, a lo largo de millones de años, generaron crudos extrapesados de enorme magnitud.
Sobre este marco geológico se asienta la gigantesca riqueza de hidrocarburos del país. Venezuela posee las mayores reservas probadas de petróleo del planeta (303 mil millones de barriles), concentradas principalmente en la Cuenca del Lago de Maracaibo y, sobre todo, en la Faja Petrolífera del Orinoco, donde se encuentran vastos depósitos de crudo pesado y extrapesado. En materia de gas natural, el país ocupa el décimo lugar mundial en reservas (5.522 bcm), lo que lo posiciona como una potencia energética integral, a pesar de las dificultades actuales para monetizar este recurso. A estas reservas se suma la presencia de carbón en el occidente del país, especialmente en el estado Zulia. Sin embargo, la realidad productiva dista del potencial geológico: en los últimos diez años, la producción petrolera pasó de 2.780.000 barriles diarios en 2014 a apenas 998.000 barriles por día en 2024, según datos de Trading Economics. Las causas de este desplome incluyen la mala gestión de PDVSA (empresa estatal venezolana de petróleo), la falta de inversión extranjera, la obsolescencia tecnológica, la fuga de personal cualificado y el impacto acumulado de las sanciones internacionales, que han restringido el acceso del país a mercados, créditos y repuestos.
En el extremo sur del territorio se localiza el Arco Minero del Orinoco, una amplia zona de explotación creada oficialmente en 2016 para ordenar y desarrollar la actividad minera en un territorio de más de 111.000 km². Se denomina «arco» por la forma semicircular con la que estos yacimientos bordean el curso medio e inferior del río Orinoco y asentado sobre el Escudo Guayanés, delimitando un corredor geológico de altísima concentración mineral. Este enclave estratégicamente ubicado en el estado Bolívar alberga algunos de los depósitos más importantes de Sudamérica: extensas reservas de oro, diamantes, bauxita, hierro, así como coltán (una mezcla de tantalio y niobio esencial para la tecnología moderna). Según el Servicio Geológico de EE. UU. (USGS), en esta región también existen yacimientos de tierras raras, además de torio y bario, elementos clave para industrias de alta tecnología y la transición energética. No obstante, la explotación del Arco Minero está marcada por la minería ilegal, la deforestación, el impacto social sobre comunidades indígenas y la presencia de grupos armados, lo que convierte a esta zona en un símbolo de la tensión entre la riqueza natural del país y su degradación institucional.
Venezuela también destaca por su extraordinaria riqueza hídrica y biológica. El río Orinoco, uno de los mayores del mundo (tercero en caudal) y cuarto más largo de América del Sur, atraviesa el país de oeste a este y constituye una de las principales reservas de agua dulce del continente, alimentando ecosistemas de selva, sabana y humedales de enorme valor ambiental. El país forma parte de la región amazónica, custodia vastas áreas de bosques tropicales y alberga una biodiversidad excepcional, con miles de especies de flora y fauna endémicas. Esta abundancia natural, que en cualquier otro contexto sería una palanca de desarrollo sostenible, contrasta con la crisis estructural que atraviesa la nación, mostrando una vez más la brecha entre el potencial y la realidad.
Economía


Datos agregados de Venezuela
El análisis económico de Venezuela parte de un contexto político y social extremadamente tenso: unas elecciones que amplios sectores tanto nacionales como internacionales consideran manipuladas y fraudulentas, con denuncias de amaños y de hurto de la voluntad popular que han profundizado la crisis de legitimidad del régimen. El coste humano de esa crisis es enorme: con una población aproximada de 28,4 millones de habitantes (2024) y unos 9,1 millones de emigrantes desde 2013 (según NTN24), el país ha sufrido una fuga masiva de capital humano (médicos, ingenieros, técnicos...) que erosiona de manera estructural su capacidad productiva y los ingresos públicos con los que el Estado sostiene los servicios esenciales. Esa hemorragia poblacional reduce trabajadores, disminuye la recaudación fiscal y aumenta la dependencia de remesas externas como soporte del consumo familiar.
Los indicadores agregados muestran una economía que, aunque mayor en magnitud por el efecto inflacionario y cambiario, no ha recuperado su dinamismo productivo. Según las series recogidas en la infografía (fuentes: Statista / Banco Mundial), el PIB nominal descendió desde niveles de bonanza en la primera mitad de la última década (214.690 millones de dólares en 2014) y se sitúa en torno a cifras intermedias para 2024 (119.810 millones de dólares), tras una fuerte caída en años previos (42.840 millones de dólares en 2020). El PIB per cápita refleja con más crudeza la pérdida de bienestar: pasó de valores próximos a los 7.000 USD en 2014 a mínimos próximos a 1.500 USD en 2020, y ha mostrado cierta recuperación parcial hasta situarse alrededor de 4.200 USD en 2024. Esta dinámica es indicativa de dos procesos simultáneos: por un lado, una contracción del tejido productivo y pérdida de capacidad exportadora efectiva; por otro, una cierta estabilización monetaria y parcial reactivación de sectores (petrolero, comercio y servicios) que han permitido recuperar parte del ingreso per cápita, pero sin llegar a restaurar niveles de empleo y bienestar comparables a la era anterior a la crisis. En suma: el país produce menos riqueza por habitante que antes y la recuperación observada es frágil y dependiente de un número reducido de sectores y de factores externos (precios del petróleo, acuerdos puntuales, remesas).
La inflación, variable central para comprender la realidad macroeconómica de un país, muestra la huella más visible de la descomposición económica: la hiperinflación de 2018–2019 (picos de decenas de miles por ciento) arrasó ingresos y ahorros. Tras la fase hiperinflacionaria se observó una moderación, con tasas mucho más bajas en 2022–2024, aunque todavía elevadas en términos históricos y con previsiones preocupantes para 2025 y 2026. Las causas son complejas y acumulativas: emisión monetaria para financiar gasto público en un contexto de caída de ingresos petroleros; pérdida de confianza en la moneda local y amplia dolarización de la economía; ruptura de cadenas productivas por éxodo y desinversión; y restricciones externas (sanciones, dificultades de acceso a financiación y tecnología). El resultado es una economía volátil donde los precios se reajustan de manera brusca, erosionando salario real y provocando procesos de empobrecimiento y marginación social.
La tasa de desempleo oficial (5,5 % en 2024) ofrece una lectura incompleta del mercado laboral venezolano. Detrás de esa cifra hay un alto grado de subempleo, informalidad y empleo precario que no queda recogido en las estadísticas convencionales. La realidad cotidiana es la de trabajadores con jornadas reducidas, ingresos complementados con varias actividades o migración temporal. El salario mínimo oficial en 2024 es simbólico: 130 bolívares al mes, equivalentes a unos 0,55 USD, lo que sitúa al ingreso mínimo por debajo de cualquier umbral de subsistencia. Para mitigar la presión social, el gobierno anunció en mayo de 2024 aumentos y bonos estatales (bono de alimentación (40 USD) y un «Bono de Guerra Económica» que pasó de 60 a 90 USD) que elevan el ingreso nominal de sectores públicos pero no resuelven la falta de poder adquisitivo ni la erosión estructural del mercado laboral. En la práctica, la economía depende cada vez más de transferencias no salariales, remesas y una economía informal que actúa como colchón social pero limita la capacidad fiscal y el crecimiento estructural.
La deuda externa agregada asciende a 164.432 millones de dólares, equivalentes al 137 % del PIB según Transparencia Venezuela. Es una carga descomunal: supone una deuda per cápita de aproximadamente 5.788 USD, es decir cerca de 36 veces el ingreso mínimo integral que se ha usado de referencia (aproximadamente 160 USD). Esta presión obliga a dedicar recursos futuros al servicio de la deuda en lugar de inversión pública productiva, y limita la capacidad de acceder a nuevos créditos en condiciones favorables.
En cuanto a socios comerciales, los flujos de exportación e importación están marcadamente orientados hacia China e India (grandes compradores de petróleo y fuentes de financiación y bienes), además de relaciones comerciales con Rusia, Turquía y EE. UU. y socios regionales (Brasil y Colombia) y caribeños (incluida lazos políticos-comerciales con Cuba). Históricamente, los vínculos con Estados Unidos fueron determinantes, pero las sanciones y la crisis diplomática han modificado los circuitos comerciales y financieros del país, reorientándolos hacia mercados y proveedores alternativos.
Venezuela presenta un panorama económico de contradicciones profundas: una base de recursos (petróleo, gas, minerales, agua) que en teoría permite niveles de desarrollo elevados, y simultáneamente indicadores sociales y macroeconómicos que imprimen un diagnóstico alarmante. El Índice de Desarrollo Humano (0,709) y los datos de la ONU (que señalan que el 82 % de la población vive por debajo del umbral de la pobreza y el 52 % en pobreza extrema) ponen en evidencia la transformación de riqueza natural en empobrecimiento humano. Las causas son políticas y estructurales: modelo rentista mal gestionado, clientelismo y corrupción, destrucción del capital humano por la emigración, sanciones y la falta de un programa sostenible de diversificación productiva. Sin una reconstrucción institucional y un marco de confianza que atraiga inversión, restituya el Estado de derecho y reactive la producción interna, la recuperación seguirá siendo parcial, volátil y socialmente insuficiente.
Ejército
El análisis del gasto militar venezolano durante la última década muestra una tendencia marcada por la inestabilidad presupuestaria y el deterioro institucional. Aunque los datos reflejan repuntes puntuales (particularmente en 2016, 2017 y 2024) la inversión en defensa dista de ser sostenida, un elemento crucial para mantener unas Fuerzas Armadas operativas y tecnológicamente competitivas. En un país condicionado por la crisis económica, la hiperinflación y el colapso productivo, sostener un ejército capaz de responder a amenazas externas, combatir a los cárteles de la droga o ejercer el control interno de sus ciudadanos se vuelve cada vez más difícil. A ello se suma la profunda corrupción estructural dentro de la institución castrense, donde sectores del alto mando han sido señalados por organismos internacionales como parte del Cártel de los Soles, una red de militares involucrados en el narcotráfico. El Departamento de Estado de los EE. UU. tiene la intención de designar al Cartel de los Soles como organización terrorista extranjera (FTO), con efectos a partir del próximo 24 de noviembre de 2025. Esta connivencia entre crimen organizado y estamentos militares erosiona la capacidad profesional del ejército y lo convierte, en muchos casos, en un instrumento político al servicio del poder.


Datos sobre las Fuerzas Armadas venezolanas
De acuerdo con la clasificación de Global FirePower, Venezuela ocupa en 2025 el puesto número 50 de las 145 potencias militares evaluadas, con un índice PwrIndx de 0,8882, lejos de las principales fuerzas regionales. Este indicador se construye a partir de más de 60 parámetros que incluyen volumen de tropas, capacidades aéreas, logísticas, navales, situación financiera y factores geográficos. La imagen anterior permite visualizar con claridad la estructura actual de las Fuerzas Armadas Venezolanas. El país dispone de 109.000 militares activos, 8.000 reservistas y cerca de 220.000 fuerzas paramilitares, reflejo del peso político que han adquirido las milicias en el esquema de defensa nacional. En el componente terrestre destaca un parque de 172 tanques, más de 8.800 vehículos blindados, 36 sistemas lanzacohetes y 148 piezas de artillería. La Fuerza Aérea cuenta con 30 cazas, 49 aeronaves de transporte y 88 helicópteros, incluyendo 10 de ataque, mientras que la Armada opera un submarino, una fragata y 25 patrulleras, una flota limitada cuya operatividad ha sido cuestionada por la falta de mantenimiento. El presupuesto de defensa, estimado en 4.093 millones de dólares, resulta insuficiente para modernizar o renovar capacidades clave.


Activos militares en el Mar Caribe y Venezuela
La red de bases militares dentro del territorio venezolano muestra una distribución estratégica orientada a asegurar las principales ciudades, corredores logísticos y zonas fronterizas (Colombia y Brasil). Estados como Zulia, Táchira, Apure y Bolívar albergan instalaciones fundamentales para controlar regiones históricamente vulnerables al contrabando, la guerrilla y el narcotráfico. Por otro lado, Caracas, La Guaira y Carabobo concentran bases de mayor importancia política y logística, lo que las convierte en objetivos prioritarios en caso de un ataque exterior. En un escenario de confrontación directa con Estados Unidos, las instalaciones de la costa norte, especialmente las bases aéreas y navales próximas al litoral, serían previsiblemente los primeros blancos debido a su función en la vigilancia marítima y aérea, así como por su proximidad a rutas de aproximación desde el Caribe.
El despliegue militar estadounidense en el Caribe constituye una demostración de fuerza de primer orden. La presencia del portaaviones USS Gerald R. Ford, con 4.660 tripulantes y 75 aeronaves embarcadas, se complementa con destructores, buques de asalto anfibio, embarcaciones logísticas y fuerzas de la Marina y el Ejército del Aire. Entre los buques desplegados en el Mar Caribe figuran unidades como el USS Jason Dunham, USS Iwo Jima, USS San Antonio, USS Wichita o el USNS Newport News, a los que se suma la capacidad aérea de drones MQ-9 Reaper, bombarderos B-52 Stratofortress, cazas F-35 y helicópteros Seahawk, entre otros numerosos medios. A ello se agregan 10.000 soldados estadounidenses y 6.000 infantes de marina, lo que configura una fuerza con capacidad real para ejecutar operaciones de bloqueo naval, ataques de precisión, desembarcos y control del espacio aéreo. En el índice Global FirePower, Estados Unidos ocupa el primer puesto mundial, con un coeficiente PwrIndx de 0,0744 y el mayor presupuesto de defensa del planeta: 895.000 millones de dólares. En un hipotético enfrentamiento directo, el desequilibrio de capacidades sería absoluto, dejando a Venezuela con opciones defensivas muy limitadas frente a una potencia militar sin parangón en el planeta.
Conclusiones
Si observamos la situación económica y social de algunos países en el mundo parece que hay una relación directa entre la posesión de abundantes recursos naturales y la pobreza, la corrupción, la debilidad institucional y los conflictos armados. Los economistas se refieren a esta situación como «la paradoja de la abundancia» o «Ia maldición de los recursos». Países como Venezuela, Irak, Nigeria o República Democrática del Congo son solo algunos de los países que ilustran bien esta paradoja. Esta ofrece un punto de partida indispensable para interpretar la deriva venezolana (país con las mayores reservas de petróleo del mundo, las décimas de gas y con metales de alto valor como el oro —las mayores reservas de Latinoamérica: 161 toneladas—, el tantalio, el niobidio, el aluminio, el hierro, así como diamantes. Formulada por primera vez por Richard Auty en 1993, esta tesis sostiene que los países ricos en petróleo, gas o minerales suelen registrar un desempeño económico inferior al de aquellos con escasos recursos. Lejos de traducirse en prosperidad, la riqueza natural termina fomentando la dependencia de un único sector, debilitando la competitividad del resto de la economía y exponiendo al país a la volatilidad de los mercados internacionales. A ello se suma, en muchos casos, la apreciación del tipo de cambio real, la conocida «enfermedad holandesa», que encarece las exportaciones no petroleras y reduce el tejido productivo. Pero el núcleo del problema suele residir en la política: la abundancia de rentas fáciles alimenta gobiernos ineficientes, redes clientelares, corrupción sistemática e instituciones débiles capaces de desviar o apropiarse de los ingresos procedentes de la explotación de los recursos. Venezuela ilustra esta paradoja con precisión quirúrgica. Mientras naciones con escasos recursos naturales, como Japón, Suiza o Israel, construyeron economías altamente competitivas basadas en instituciones sólidas y capital humano, el Estado venezolano se hundió en un modelo rentista donde el petróleo no impulsó el desarrollo, sino que lo condicionó y finalmente lo asfixió.
A la luz de esta paradoja, la interpretación que proponen Daron Acemoglu y James A. Robinson en su libro: Por qué fracasan los países ayuda a profundizar en las raíces institucionales del declive venezolano. Ambos economistas (Premios Nobel de Economía en 2024) sostienen que la diferencia entre prosperidad y estancamiento reside en la naturaleza de las instituciones: inclusivas, cuando distribuyen el poder, fomentan la competencia y generan incentivos para la inversión y la innovación; extractivas, cuando concentran el control político y económico en una élite que utiliza el Estado para su propio beneficio. Venezuela se ajusta de forma ejemplar al segundo modelo. La apropiación por parte del Gobierno de todos los resortes del Estado, la manipulación sistemática de los procesos electorales, el desmantelamiento de los contrapesos democráticos, la corrupción extendida y la connivencia con redes de narcotráfico simbolizadas en el cartel de los Soles han erosionado cualquier posibilidad de construir instituciones inclusivas. Así, la riqueza petrolera no solo dejó de traducirse en desarrollo, sino que terminó convirtiéndose en el combustible que alimentó un sistema político diseñado para perpetuar a una élite en el poder, incluso a costa del empobrecimiento masivo de la población y del colapso económico.
A este marco de instituciones extractivas y mala gestión se suman unos indicadores macroeconómicos devastadores que evidencian el colapso estructural del Estado venezolano. Según datos de la ONU, el 82 % de los venezolanos vive bajo el umbral de la pobreza y el 53 % en situación de pobreza extrema, cifras que sitúan al país en niveles propios de una emergencia humanitaria prolongada. La contracción del PIB, el derrumbe de la producción petrolera, la inflación crónica y la destrucción del tejido productivo son consecuencias directas de un modelo político que ha premiado la lealtad al régimen por encima de la eficiencia económica. En este contexto, la élite militar, representada por el llamado cartel de los Soles, cuyos miembros, incluido Nicolás Maduro, están acusados por Estados Unidos de narcotráfico y narcoterrorismo se ha convertido en el verdadero sostén del poder. Esta situación incrementa el riesgo de que Venezuela, en caso de que Maduro se niegue a abandonar el poder o se profundice su aislamiento internacional, termine enfrentándose a un escenario de confrontación directa con Estados Unidos.
Ante esta posibilidad, la frase de Napoleón Bonaparte, que encabeza la portada de GeoPIB —«Para hacer la guerra hacen falta tres cosas: dinero, dinero y más dinero. Hay guerras más baratas, pero se suelen perder»— resulta especialmente pertinente para comprender la asimetría entre ambos países. Mientras Estados Unidos posee el mayor presupuesto militar del mundo, una economía 50 veces mayor que la venezolana y fuerzas armadas con tecnología, capacidad logística y proyección global incomparables, Venezuela opera con un gasto militar menguante, un aparato castrense deteriorado y altos niveles de corrupción interna. La balanza económica explica, por sí sola, la imposibilidad de que el país sudamericano sostenga un conflicto convencional prolongado contra la primera potencia mundial. Más aún, la precariedad económica venezolana convertiría cualquier choque militar en un escenario de consecuencias impredecibles para una población ya exhausta por la crisis, y consolidaría aún más la condición del país como ejemplo paradigmático de cómo la abundancia de recursos, en ausencia de instituciones sólidas, puede desembocar en vulnerabilidad estratégica, pobreza masiva y aislamiento internacional.
En este escenario incierto, resulta pertinente recordar la enseñanza de Sun Tzu cuando advertía en su libro, El Arte de la Guerra, que «la mejor victoria es vencer sin combatir». La frase resume la encrucijada que vive hoy Venezuela: un país atrapado entre la deriva autoritaria y la esperanza de una transición pacífica que recupere el camino institucional. En ese horizonte se sitúa la figura de María Corina Machado, cuyo reconocimiento internacional, culminado con la recepción del Premio Nobel de la Paz el próximo 10 de diciembre en Oslo, simboliza no solo la denuncia ante el deterioro democrático, sino también la reivindicación de una salida negociada y civil que evite que la nación siga acercándose al abismo a través de un enfrentamiento bélico con EE. UU. y esto sea el desencadenante de una guerra civil. Venezuela se juega, en definitiva, no solo su estabilidad política, sino su capacidad de reconstruirse sin violencia, apelando a la única herramienta que la historia ha demostrado verdaderamente eficaz: instituciones legítimas capaces de proteger la libertad, la prosperidad y la dignidad de su pueblo.


